Doramas, cuyo nombre significaba "el de las narices anchas", era el Guanarteme de Telde, desde la cual, al mando de sus hombres, hostigaba e importunaba a las tropas españolas.
Cierto día, después de una feroz lucha, ambos ejércitos se quedaron apostados en dos colinas una frente a la otra, desde las cuales podían verse los unos a los otros. Y fue entonces cuando el Guanarteme Doramas retó en singular combate a Pedro de Vera, el General enemigo.
Vera rehusó luchar y en su lugar combate Juan de Hozes, uno de los soldados a su mando.Hay varias versiones sobre el último combate de Doramas; en unas el guanarteme vence a su oponente con gran rapidez y Pedro de Vera sale a ajusticiar esta afrenta; y otra, en la que ambos castellanos unen sus fuerzas para poder derrotar al valiente aborigen; pero en cualquier caso todas tienen un final común, en el cual, Doramas es atravesado a traición con una lanza por la espalda por uno de los soldados de Vera.Las últimas palabras del Guanarteme de Telde fueron:
- No me has vencido tú, sino la traición del que me ha herido.
Pedro de Vera mandó cortar la cabeza de Doramas y mandó que fuera exhibida como un siniestro y deshonroso trofeo.
Esta consideración trascendía el umbral de la vida, alcanzando también el ámbito de la muerte.
Otra de las leyendas más contadas de la isla de Gran Canaria en la que se demuestra la valentía y el sano orgullo que poseían los aborígenes canarios es la conocida como:
ATIS TIRMA
"Corrían los tiempos en que los castellanos, provenientes de la península Ibérica, estaban ultimando la conquista de Gran Canaria. Se sucedían batallas en las que morían castellanos e isleños de uno y otro lado.
Los rebeldes isleños eran alentados y guiados por dos temibles jefes, el viejo Faycán de Telde, llamado Tazarte y el joven y valiente Bentejuí, saltando de risco en risco y pasando de montaña en montaña, esquivaban la persecución del ejército castellano.
Estos valientes isleños, se fueron a refugiar en el monte sagrado de Ansite, y como la llamada, fortaleza de Ansite era agria y de difícil entrada, les sitiaron y decidieron rendirles por hambre.
Poco a poco los isleños fueron haciendo acto de sumisión, más en lo alto del roque, quedaban dos hombres que se negaban a entregarse: eran Tazarte, el Faycán de Telde y el bravo Bentejuí.
Ambos se miraron un momento, sin hablar, sin romper el quieto y espeso silencia que los rodeaba. Se abrazaron, y al grito de ¡Atis Tirma!, se precipitaron por la gran fuga del risco".
Una parte menos conocida de esta leyenda ocurrió tras el momento en el que estos dos valerosos aborígenes se arrojaran al vacío, dos mujeres les siguieron prefiriendo la muerte antes que la deshonra de ver a su pueblo sometido.
Como se puede ver a lo largo de la historia, en toda cultura o civilización la mujer, ha sido siempre la encargada de proteger la tradición y alentar a los hombres para que afronten con valor su deber.
Y si antes mencionábamos el valor y presencia de ánimo de los guerreros guanches, también la mujer aborigen canaria pasó a la historia rodeada de un halo de misterio y admiración, pues por una parte en su faceta mística, las Harimaguadas o sacerdotisas, desaparecieron sin dejar constancia de cuales eran sus rituales o ceremonias, y por otro lado en su faceta más común como madres, hijas, hermanas o esposas, actuaron siempre con fuerza, valor y dulzura.